Texto RocÃo de la Villa. Rosa Muñoz: LOCUS DE CONTROL (LC)
Rosa Muñoz: LOCUS DE CONTROL (LC)
Locus: lugar, en latÃn
Locus de Control (LC) es la percepción de una persona de lo que determina (controla) el rumbo de su vida. Locus de control interno: percepción del sujeto que los eventos ocurren principalmente como efecto de sus propias acciones. Locus de control externo: percepción del sujeto de que los eventos ocurren como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder y decisiones de otros (wikipedia)
Repasando la historia de la fotografÃa a través del trabajo de las mujeres que han contribuido decisivamente con sus imágenes, constatamos que a la mayorÃa les ha interesado subrayar la subjetividad de su mirada . Y a una buena parte de ellas, inventar imágenes nuevas, que no se hallan y no pueden tomarse de la realidad. Rosa Muñoz pertenece a esta larga tradición. Entre la que destacan, en las vanguardias históricas de principios del siglo XX, las fotógrafas próximas al surrealismo: Claude Cahun, que se trasviste en personajes históricos e inventados; Grete Stern, suspendida en sus pesadillas y Lee Miller, que reinventa la epidermis femenina Â… Creadoras de imágenes imposibles junto a las pintoras Leonora Carrington, Leonora Fini, Frida Kahlo, Theodora Tanning, Kay Sage, Remedios Varo Â… maestras en dimensiones onÃricas y mágicas y en la subversión del espacio, de los paisajes, del reino animal y en los signos de lo humano. Abriendo vÃas de expresión de la psique y urdiendo un tapiz de imaginarios de enorme potencial, cuya trama se sigue tejiendo hasta hoy, incitando a otras mujeres a su indagación.
Como a Francesca Woodman, o a Sandy Skoglund en sus inicios, las primeras fotografÃas de Rosa Muñoz están pobladas de “fetiches” tÃpicos en el surrealismo: zapatos negros de hombre que suben paredes, como cucarachas; esferas de relojes y sillas suspendidas; y piezas de juegos de azar: naipes y fichas de dominó que pueblan parques y árboles. Apuntando a una doble vertiente de extrañamiento, siniestra y lúdica, que será ya señal de identidad de su trabajo. Todos objects trouvés, Objetos encontrados, a los que después se irán añadiendo otros tantos, de referencia más personal y en composiciones más complejas: donde la casa es protagonista.
Las creadoras surrealistas han estado Interesadas bien en el cuerpo, bien en la casa; cuya sÃntesis se encuentra en los geniales dibujos Femme-Maison de Louise Bourgeois que, basándose en su conocimiento de la psicologÃa psicoanalÃtica reconoce que ambas imágenes son, de hecho, complementarias, ya que expresan la dimensión fÃsica –el cuerpo- y la dimensión psÃquica –la casa- del sujeto. De hecho, toda la obra de B tiene que ver con recuerdos de espacios domésticos asociados con el trauma .
En su interpretación de los sueños, la casa es –para Freud- aquello que constituye la única representación tÃpica o regular de la personalidad humana en su sentido total . Por consiguiente, la casa en los sueños, es sÃmbolo de la personalidad: el techo equivale a la cabeza y a las facultades conscientes: las puertas y balcones, a los órganos sensoriales; la bodega, a la parte inconsciente. La importancia de las contribuciones de las artistas surrealistas sobre este sÃmbolo en el conjunto del arte contemporáneo se debe a que, como tradicionalmente el resto de las mujeres, se vieron adscritas, por educación, al ámbito doméstico: en principio, excluidas como sujetos de pleno derecho del ágora, del espacio público, todavÃa hoy tan masculinizado .
La casa en el bosque
Durante generaciones y generaciones, a las niñas se les ha contado cuentos de casas en el bosque. Blancanieves y Caperucita, y las protagonistas de otros cuentos tradicionales –por ejemplo, los recogidos por los Hermanos Grimm del folclore alemán- se ven envueltas en aventuras localizadas en torno a la casita en el bosque. Amenazadas y perseguidas, abandonadas y protegidas en el refugio, a buen recaudo –como en el hortus conclusus virginal-, el bosque convierte en misterioso el espacio habitual: la casa hogareña –el útero, lo femenino. Y si preferimos seguir la interpretación psicoanalÃtica, en el bosque se desestabiliza la “casa” de la personalidad. De manera que parece natural que la acción de los sueños se desarrolle muy frecuentemente en un bosque, como expresión del inconsciente en su totalidad, enigmática, desconocida e indómita. “El bosque –observa Aeppli- es un lugar idóneo para la acción onÃrica, ya que en él reside la verde vida inconsciente. Como la selva primitiva, encierra el bosque multitud de inofensivos o peligrosos seres y en él se puede reunir la que quizá algún dÃa esté en disposición de penetrar en la esfera soleada de nuestro civilizado paisaje psÃquico. Los niños, es decir, las posibilidades, los proyectos que no deben vivir, son abandonados en los bosques” .
Como a la niña del cuento de los hermanos Grimm Tres enanitos del bosque que, a la orden de su malvada madrastra, sale a recoger fresas en pleno invierno cubierta sólo por un vestido de papel, las imágenes de las Casas en el bosque de Rosa Muñoz, arruinadas, sin techo y con los tabiques abiertos, nos dejan a la intemperie, sin protección. Y sospechamos que algo mágico y misterioso tendrÃa que ocurrir.
Porque de nada valen los colores brillantes, tan poperos (y tan de la movida madrileña), sino para redoblar la extrañeza. Porque, ¿qué decir de esas iluminaciones reflectantes, nocturnas, que agravan la clandestinidad? Porque las mise-en-scène de Rosa Muñoz están plantadas en lugares abandonados y ocupados, reapropiados, y compuestas con objetos encontrados, recogidos y quizás robados. Y es precisamente a la situación que lleva al espectador, a la mirada del ladrón, lo que produce tanta incomodidad, entre el humor colorista y la ternura nostálgica que desprenden sus imágenes.
En sus decorados de viejas casas abandonadas y abiertas, sin tabiques ni puertas, todo está roto y es de otra época. Hules de plástico y baldosines setenteros cubren el suelo de tierra, los papeles de las paredes están resquebrajados, los cromados herrumbrosos, las lozas desportilladas Â… y el mobiliario y otros adornos, cuando no modestos, desprenden cierta presunción del gusto de la pequeña burguesÃa de otra época. Son reconstrucciones de recuerdos: pero a través de los sueños. Porque nada está donde debiera y hay una extraña fragmentariedad. La reconstrucción no es completa, minuciosa, ni siquiera verosÃmil o bien, teatralizada. Lo que todavÃa hace más inquietantes las imágenes en las que hay signos de vida: la sartén de la cocina desvencijada echa humo, las manzanas del frutero están lozanas; en la repisa del lavabo, los cepillos en el vaso están listos para usar; la estufa de gas en el rincón de la salita está encendida Â… la ropa tendida. Incluso esos cuadros y fotos colgados en las paredes, en perfecto equilibrio y simetrÃa, como si alguien se hubiera encargado ese dÃa de repasar su alineación. Estas escenas reconstruyen momentos vividos, aunque los protagonistas estén ausentes. Como no podÃa ser de otro modo, puesto que sólo las experiencias que hieren en un momento quedan dando vueltas en el inconsciente, a la espera de solución. Cada una, en su lugar preciso de la escena del crimen, a donde volvemos, como asesinos, en sueños.
La indagación de la artista en la recuperación le ha llevado, en la serie El bosque habitado, a simplificar: la cama (paternal) y la sala de reunión familiar, los armarios –abiertos de par en par- están instalados directamente en el bosque, de noche. Dicen –los que interpretan los sueños- que abrirse paso entre ramas y palos tiene más bien el significado de atravesar la naturaleza primitiva para lograr una existencia más consciente y "cultivada". Autobiográficas o no, las imágenes de Rosa Muñoz nos desafÃan. Porque no son metafórica o alegóricamente onÃricas: los lugares, objetos y muebles, tan concretos y coloristas, presentan un pasado común -compartido por las generaciones de su público-, y nos reenvÃan al encuentro de cada pequeño o gran trauma de la infancia, adolescencia y juventud, con los protagonistas de cada cual.
De tiendas
En las casas antiguas, Ãbamos pasillo arriba y pasillo abajo portando pequeños enseres, y también Ãbamos a hacer recados a las tiendas de al lado. Las mujeres somos porteadoras de pequeñas cosas, a todas las edades (y en todas las culturas). Salir a hacer recados era (sigue siendo en algunas culturas) el único pretexto para salir del hogar y ver y hablar con otras mujeres. Las tiendas, los pequeños establecimientos del barrio, a cargo de hombres o mujeres, todos eran lugares feminizados. De manera que era como ir de casita en casita. Por eso, en la serie de los años noventa Casas de Rosa Muñoz, ya habÃa panaderÃas y puestos de sandÃas. Establecimientos que después se hicieron transeúntes, como se aligeró y resumió el hogar –“Apartamento para dos”-, Â… tal como ha ido la vida.
Para una generación finisecular –cuya juventud pertenece al siglo XX-, la vida lÃquida nos va arrumbando los recuerdos . Nuestro pasado se va haciendo remoto, intrahistoria que ha pasado ya a los anaqueles de la Historia, antes de este “fin de la historia” interminable, en suspenso y lábil. Por eso las imágenes de Rosa Muñoz de los carromatos de feria, Nómadas, siempre repletos y extraordinarios, iconos de momentos excepcionales -de fiesta popular- y ahora aislados y solitarios, parecen espejismos, plantados en una meseta: desierto atemporal.
La contundencia formal de la última serie de fachadas de tiendas de barrio que van desapareciendo, paciente recopilación intimista que ha llevado a las calles a la fotógrafa otra vez, como en sus comienzos juveniles, denota la dureza y el resquebrajamiento que produce en el trabajo de Rosa –antes risueño, transgresor, atrevido y lúdico- tanta liquidez: que deshace los vÃnculos, en tiempos de desregulación y excedentes. Cuando el olvido se presenta como condición del éxito.
RocÃo de la Villa